fotografía Jonathan Contreras |
Todavía sigo esperando que se me revelen
cuestiones fundamentales de la danza en mi vida. Hace ya muchos años, más de
veinte, la cuestión tenía una intensidad bárbara. Todo giraba en torno a la
comprensión de aquello sobre lo cual se centraba la construcción de mí que
había iniciado. Pero para otros era sumamente simple. Para ellos se resumía de
manera extraordinaria, en mi posibilidad de sobrevivir.
Primero. Cuando mi
abuela en algún momento del año 1993, me preguntó cuándo iba a salir en
televisión, fue magnífico. Lo que hizo, fue ayudarme a abrir con mucha determinación,
la gran pregunta sobre la cual girarían la mayoría de mis problemas
existenciales.
María Luisa Origüén de Origüén (sí, mis
abuelos eran primos), era una mujer sencilla. Recordarla es pensar en el
apartamento B-2, del bloque 2 del 23 de Enero, en planta baja. Monte Piedad. Su
cocina tenía un tubo fantástico que servía para poner una cortina; aunque su uso,
una vez lo alcancé, mutó a trapecio donde me colgaba como mono, mientras
hablaba con los de adentro y los de afuera. Ahora que lo pienso, el apuro de mi
abuela por ponerme un café en las manos pudo deberse a la angustia perpetua de
que aquel tubo galvanizado de media pulgada se viniera abajo. Cosa que
obviamente jamás pasó, por más que no fuera yo el único que disfrutaba de aquel
hábito.
Segundo. Para entender
la importancia de la pregunta que me hizo mi abuela, es necesario visualizarla
sentada en su máquina de coser, tanto la negrita de pedal como la portátil, en
un closet devenido por obra y maestría de la albañilería popular en cuartico de
costura. A fin de no dar tantos rodeos, nos vamos a saltar todo el resto de
cosas que solía arreglar o hacer y la vamos a imaginar armando esas largas
listas de banderines de plástico que colgaban antiguamente en las bombas de
gasolina. Es decir, que algunas cuantas Marías, no sólo del 23 de Enero, es
posible que sean las responsables de esa imagen festiva y multicolor que de
niños conservamos acerca de las bombas de gasolina. Y lo que es más importante,
seguramente cada saco de banderines que le llegaba con su respectiva tira de
plástico e hilo, equivaldría a algún ingreso extra para la casa.
archivo personal |
Quizá es buen momento para contar que como nieto mayor, mantengo el recuerdo de ese oficio que ejerció mi abuela; que nunca, hasta donde recuerdo, se pensó como trabajadora sino como ama de casa. Y ahora sí, puedo decir que hablar mucho me mantuvo pegado a mi abuela y su máquina; así, sin darme cuenta como el tiempo, el amor y la paciencia de María Luisa, me hicieron normal la convivencia con hilos, agujas, tijeras y telas, ya no sólo banderines de plástico.
Tercero. Volviendo al
año 1993, para mayor comprensión del asunto hay que tratar una secuencia de
asuntos afortunados. Primero, es
importante acotar que me encontraba estudiando el cuarto semestre de actuación
en el Instituto Universitario de Teatro. Segundo,
algunas volteretas de la vida me habían dejado, por un año o más, viviendo nuevamente
en la planta baja del bloque 2 de Monte Piedad, con mis abuelos. Tercero, que por otras peripecias del
destino un director de teatro muy reconocido me había invitado a estar en una
obra. Este director era también un conocido actor de telenovelas, lo cual hacía
no sólo coherente la pregunta de mi abuela, sino que me brindaba la oportunidad
de definir algunas cosas importantes para mí yo futuro. Cuarto, que eso lo pienso ahora, porque en aquel momento no tenía la
menor idea de lo que iba a hacer con mi vida.
Cuarto. Aclaro, que para
esta reflexión es absolutamente intrascendente los giros que me hicieron
transitar del teatro a la danza, porque aunque en aquel momento no lo supiera,
iba a ser la continuación de un mismo camino. Igual de intenso, igual de
confuso. Lo mismo que aprender música o a poner las luces o hacer obras. ¿Un
mismo oficio podría decir? Además de (ahora el detalle donde se lució la
señora María Luisa Origüén de Origüén): Realizar
el vestuario. Resulta que el brillo que adquiere la pregunta que me hizo en
el 93, resplandece a la luz de otra realidad más contundente, y es que mi
abuela me legó un oficio.
fotografía Jonathan Contreras |
Sin quererlo, sobretodo porque ese no es
un oficio de muchacho, mejor que sea mecánico o carpintero o electricista que
también sirve para ganarse el pan. Resulta que todas aquellas horas de volver
loca a mi abuela hablándole de quien sabe cuánto disparate, por tantos años y
en tan distintas etapas, me acercaron al hilo y la aguja. Y llegado el momento,
los talleres de diseño y los amigos terminaron de enseñarme a hacer patrones, a
tomar medidas, a elegir telas y a coser.
Antes de tener obras a las que les
hiciera falta vestuarios, hice pantalones. Muchos pantalones. Al principio los
hice para mí. Una mezcla de necesidad y exploración creativa. Luego en varias
oportunidades y con distintas motivaciones, para vender. También aprendí a
coser otras cosas. La danza me ha permitido explorar tanto con el cuerpo como
con las ideas y las texturas. Pero lo que es más relevante en este momento, en
más de una oportunidad una máquina de coser me ha salvado de las penurias
económicas. Danza y costura. Pobre María Luisa no sé si estaría orgullosa,
aunque seguro si.
fotografía Jonathan Contreras |
Quinto. Cuando mi
abuela me preguntó en aquel lejano 1993, cuándo saldría en una novela, lo que
nos preguntaba, a ambos, era ¿De qué vas a vivir? Cómo eso tan serio que me
había puesto a estudiar, que sería una licenciatura en teatro, más todos los
años de estudio de danza, etc, se convertirían en posibilidad de vivir
dignamente. En otras palabras, cuáles eran mis banderines pues. Lo que no sabía
ella, ni nadie, era que ya me había dado un oficio. Uno que he seguido
ejerciendo de manera intermitente y lúdica. Que con la costura me ha salvado y
me ha acompañado en los momentos más difíciles. Y que me guía, me da luz, en
los de creación.
Lo que todavía me costaría responderle,
así de manera diáfana, sencilla como a ella le hubiese gustado es, cómo se gana
uno el pan danzando. Te quiero María.
Sexto. Un cuentico
extra sobre costura:
Bolsos Terciados
archivo personal |
Primero. Cuando estaba
por cursar segundo grado, mi papá me regaló un morral con los dibujos que
estaban de moda. Era un morral genial. Como aun faltaba tiempo para iniciar
clases guardamos el bolso en un closet. Vivía en casa de mi abuela. Cuando
llegó el tiempo de arrancar y fui a buscar el morral, me di cuenta que se lo
habían comido los ratones. Con siete años es de imaginar cómo lloré. Mi abuela
María, me hizo un bolso terciado con muchos retazos bonitos, pero que a mí no
me gustó nunca, porque seguí pensando por mucho, en mi bolso de dibujos.
Segundo. Hace un par de
meses por cuestiones de economía, fabriqué en casa un aproximado de quince
bolsos terciados para vender. Mi hija que está por iniciar segundo grado,
siguió todo el proceso con alegría y atención. Cuando todos estuvieron listos
me pidió que le hiciera uno con algunos retazos de su color favorito. Ahora no
quiere salir sin él.
Rafael Nieves
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