Uno. Mañana estarás ya cansada desde temprano.
Despertarás antes de que salga el sol a preparar las cosas ineludibles para que
el día ocurra como se necesita. Todas las pequeñas cosas importantes tendrán
espacio en tu cabeza y por eso vas a salir con un poco de retraso. Una vez en
camino, repasarás mentalmente (otra vez) lo necesario para tu itinerario y
encontrarás alguna pequeña tarea que quedó relegada para después. Sin darte
cuenta caminas un poco apresurada porque quieres completar un pequeño asunto
antes de iniciar tu actividad. Nada importante, pero mejor salir de eso. Buscas
además en tu mente algún asunto pendiente que necesite resolverse con inmediatez,
así sobre la marcha. Cero. Suspiras y sigues, porque cuando llegues, todo
tendrá sentido. Te invadirá una satisfacción inexplicable. Haciendo lo tuyo, nada
te falta. Y al menos por algunas horas, podrás olvidar lo cansada que estabas
cuando despertaste.
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Dos. El pequeño nuevo habitante tendría que
aprender a comportarse. Regresaba a una vida que no recordaba. A la intriga por
los espacios, se le sumaba una memoria inexistente de nueve años. El apartamento
tenía alfombras en todas partes y una habitación para él. Nunca había dormido
solo. Se le antojó que el centro de aquel hogar era la biblioteca de madera que
estaba en la sala - comedor, donde las enciclopedias Salvat y el diccionario
Larousse convivían con algunos libros sobre el socialismo y una colección de Julio
Verne. En el centro un tocadiscos y varios acetatos de Soledad Bravo, Alí
Primera y Un Solo Pueblo. Muebles de mimbre con mesita de centro. Una ventana
grande pero cerrada. Algunos ceniceros limpios. Mejor dicho, todo limpio y en
orden. A la casa de su papá sólo le hacían falta un paquete de metras y algunos
soldaditos de plástico.
Tres. Intencionalmente pidió que fuera en
silencio. Tenía la idea de que la música lo obligaba a olvidarse de sí. Que lo
convertía en su instrumento. Así que se rebelaba cada vez que podía. De manera
que esa vez, sólo se abrió el telón, entró la luz lentamente y luego él. ¿A
hacer qué? Ni idea. A ser coherente se me ocurre. A escucharse. También a no
perder el control, porque en ese momento no se piensa igual. Por eso pide que
no haya música, para regresar de nuevo al no lugar sin tiempo. Para ver si se
asusta o si el vértigo lo hace llorar o perderse. Entonces la obra se arma
desde un él que reconoce solo a medias y que cuando no improvisa, permanece
oculto, al acecho, distante.
Cuatro. Antes de que él llegara todo era
diferente. No compartía lo que era mío, incluyéndolos a ellos. Yo sentía que
estaba en el centro. Hasta aprendí a decir mi nombre. Pero ahora que él está,
todo parece distinto. Siento una agitación constante y he tenido que aprender a
compartir mis cosas. Aunque siempre nos reconciliamos, las discusiones se
tornan agresivas y saturamos el ambiente de ruidos. Distintos ruidos. Y creo
que lo disfruto. Es como un estado de agitación constante. El día que me fui,
por ejemplo. El sol entraba por la ventana, el aire estaba fresco y de pronto
volé hasta perderme. Pase días tratando de volver. Llamando desesperada. Nunca
perdí la esperanza, ni bajé la voz. Hasta que vinieron por mí y estuvimos juntos
de nuevo. No me gustó estar ausente, pero a veces no puedo controlarme. Y
aunque me gusta estar aquí, ya no puedo recordar mi nombre.
Rafael Nieves
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