lunes, 3 de octubre de 2016

Margarita

I. La partida

-Coño compadre, se murió Margarita.
-¡No puede ser! ¿Y esa vaina?
-Bueno, tu sabes, ya estaba en las últimas.
-¿Y la niña, cómo está?
-¿Cómo crees? Triste. Lloró un rato, pero después se le pasó. Lo que sí está maluco, es que nos dice a cada rato que quiere que regrese. Y que le va a escribir una carta al niño Jesús para que se la traiga de nuevo.
-Vaina, ¿Y qué le dijeron?
-Cualquier cosa para aguantarla. Porque ya está grande y entre Margarita, los muertos y el niño Jesús, creo que nos va tocar hablarle de Dios.
- ¡Coño!
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II. La llegada

Tendría que tener el corazón de hielo para no preocuparse de llegar con plata en el bolsillo, para el día del cumpleaños de la niña. Más allá de sus fascinantes cualidades astrológicas, esos meses que están pegaditos de las vacaciones de navidad tienen la característica particular de dejarnos con los bolsillos secos. Y que se le puede hacer. Así funciona la economía popular. La cuestión es, sacar cuentas y tener voluntad de hierro para llegar a principios de febrero con algo de plata. Pero ese año había estado bien apretado. Diciembre cayó bonito. Año nuevo como un hacha.

Aun así, todo el pertrecho conmemorativo estaba resuelto, incluyendo torta, piñata y cotillón. Lo del regalo si estaba duro. Sabía que no le faltaba nada. Pero era obsequiar en sí, lo importante. Como quien dice: el gesto. Y cómo no, la carita de emoción rompiendo el envoltorio. Por más coherente y comprometido que uno sea, a los seis años siempre hace falta un regalito.

Entonces ocurrió. Con su papá para la tienda de mascotas. Había ratones, pájaros y peces. Entre esos estaba Margarita y los ojitos le brillaron. Además, resultó más barato que cualquier juguete de tienda.


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III. La duda

Si doblo mucho la cosa, termino pensando que regalar una vida, así sea animal, sale más barato que cualquier perol o utensilio ingenioso. Y aunque eso es ya otro tema, la verdad me deja un gusto raro.

En primer momento uno se justifica creyendo haber leído algo sobre los animalitos en casa, con niños más responsables, autoestima más sólida y entendiendo los procesos de la naturaleza. Por más que uno sepa que quien terminará limpiando la jaula y enamorándose de los bichos será uno.

El hecho es que cada personaje de estos que entra en la casa, entra en la vida. Ocupa su espacio y su tiempo. Uno sabe que tendrá, por ejemplo, que tomarlos en cuenta cuando salga de viaje. Bien por los cuidados, bien por los afectos. Y bueno que hace uno. Es una vida.

IV. El asombro

Margarita, se había puesto más lenta de lo normal. Ya no aceptaba comida con el mismo entusiasmo. Estaba indiferente a la atención de los otros. Se veía más bien sucia y despeinada. Y aunque todos esperábamos que pasara, su muerte igual nos conmovió.

La niña como es natural, lloró. Y aunque estuvo un tiempo pensando que se podía regresar de la muerte, ya casi, casi, le hablamos de algunas cosas importantes. Pero parece que aún queda bastante tiempo para sorprendernos. Y la verdad es que no tenemos mayor apuro.


V. Sobre los niños y el tiempo
1.
A veces somos niños criando niños.
Pero sin el frescor de la risa y en ausencia de inocencia.
Somos pequeños y nos gana la ira, la impotencia.
Ellos en cambio no nos ven como enemigos del tiempo.
Nos damos a sus ideas como un todo acabado y aun así no nos entienden.
No tienen cómo y no tendrían por qué.
Pero ahí seguimos duros, inmóviles.
Como respuestas terminadas
aunque falsas,
tratando de defendernos sin razón.

2.
Pero ¿Y si después de todo fuera un juego?
Si al crecer nos miraran, ya encorvados y ellos fuertes
y nos dijeran: - ¡Te lo dije!
Sin palabras, sólo con los ojos.
- Te lo dije.

 Rafael Nieves

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