lunes, 24 de octubre de 2016

Una obra

I. Construir cosas da placer.
Míranos, tan felices. En una especie de éxtasis. De realización espontánea. Es la sensación del que hace parte de algo que funciona. La maravilla de los sistemas sencillos. De reconocer donde las cosas encajan. Donde uno encaja. Claro que siempre se hace más fácil si el orden obedece a esos otros órdenes sabidos. Pero ¿y si no?


fotografía David Grajales

Distintas formas, distintos sentidos.
No seamos ingenuos. No tener un orden, es un orden. Y el acontecimiento ocurre porque hemos generado esa posibilidad en medio del caos aparente. Y entonces, aunque es más difícil alcanzar la sensación de realización, igual sucede. El juego adquiere un valor extra, de riesgo, de lo eventual. Así sea sólo en la forma.

Encantados de ser.
Ser el acontecimiento y dejarse transformar. Hacer parte de un todo que sucede. Más allá de las nociones de caos u orden. Es el disfrute en formas múltiples. Y quizá la descripción más difícil. Porque es como tener que describirnos por dentro. Como sensación. Como lo que somos sin saber.

Darle sentido a lo inútil.
Cuando avanzamos hacia algo que conocemos, pero no tanto. Como recordar lo que no se ha hecho. Lo que no se ha vivido. Un sentido fugaz de otra existencia posible. Donde se borran los márgenes. Todo se toca y se adquiere un sentido de utilidad. De compromiso con alguna otredad desconocida.

fotografía David Grajales
II. Sé que es un deseo inútil. 
Tanto, que jamás desperdiciaría una moneda en un pozo pidiéndolo. Ni una estrella fugaz. Ni nada. Pero aunque es inútil, voy a seguir deseando no tener que explicar qué se siente. Qué se siente al terminar una obra. Tal vez ya existen algunas nociones muy predecibles. Pero, por ejemplo, la primera vez que logras que un grupo de gente se mueva de manera organizada por el espacio según una idea compartida; la primera vez que puedes tocar un pasaje completo con una bandola; o la primera vez que le das a "Enter" y se guarda uno de estos textos que escribes. Claro, siempre cabe la duda de cuándo algo de esto se convierte en obra. Y ahí se pone mejor. Cuando ocurrió la coreografía yo fui el primer espectador. Fui el primero en escuchar y el primer lector. Pero ¿Cómo sabes que está lista? ¿Cómo sé que es una obra?

Y después. La primera vez que alguien más se hace parte. Alguien viene a un ensayo o le lees la cuartilla y media; o tu hija, que tararea la canción de tanto que la has ensayado en la casa. ¿Es una obra?

¿O acaso es el tiempo? Eso, ¿te da alguna certeza?

fotografía David Grajales
III. Me gusta hacer obras diversas. 
Con pedazos de ideas y cosas. A veces me alcanza el tiempo y puedo ejercer algún tipo de dominio sobre los elementos. Sobre algunos fragmentos. Pero cada vez encuentro más placer en ver aparecer ante mí, retazos de oficios. Pedazos desgarrados de vida. He ido descubriendo que somos como el barro que los une. Entonces, me suelto. Como un perro que se escapa y corretea por el monte. Que salta y juega. Y me cuelga la lengua, me detengo, alzo las orejas. Cuando me quiero atrapar, echo a correr y ladro. Pero no de rabia, sino de goce. A veces me detengo al pie de un árbol, levanto la pata y el miao enchumba las raíces. Corro veloz y sin sentido. Hasta que ya después me canso. Me alcanzo ya loco y exhausto. Y vuelvo contento. Siento el cinturón en mi cuello y pienso donde podré presentar tal disparate. Y sonrío porque tengo una obra.
Rafael Nieves

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