lunes, 9 de octubre de 2017

Perdón


Voy a aprovechar que estoy recogiendo los vidrios rotos para pensar una disculpa. Lamento además que haya sido justamente dos días después de aquella discusión que tuvimos sobre la necesidad de ese frasco extra. Sigo pensando que ya teníamos muchos, pero me aterra que vayas a creer que lo hice a propósito o como una forma de venganza. Como si quebrando la botella nueva estuviese desquitándome de aquella discusión sobre tapas oxidadas y la cantidad necesaria de agua en la nevera para la hidratación familiar. Lo hago también, porque mañana llega el señor que vende los botellones y quiero aprovechar para disculparme por no tener el dinero en efectivo para pagarle. Como es asumido que me corresponde. No es que quiera justificarme, pero es que la cola del banco estaba muy larga y sabes bien lo que esa mezcla de lluvia con sol (tan común en estos días) le hace a mi salud tan melindrosa. Claro que antes deberías perdonarme por no haber apartado el tiempo y el dinero desde hace tantos meses, para reponer nuestro filtro de piedra. Algo que nos hubiese mantenido al margen de esta dinámica de martes a las ocho casi y media de dinero en efectivo y agua embotellada. De paso aprovecho (porque en algún momento te llegará el cuento), para pedirte perdón porque mientras la lluvia y el sol se alternaban de manera histérica, estuve tomándome otro café con una estudiante que ahora es profesora, escuchándole el cuento de sus alumnos incumplidos. Y también porque un poco más tarde, antes de subir al salón me detuvo otra que quiere que haga de tutor en su trabajo de grado y no se decide si le importa más el gesto o el trabajo de contacto en un cortometraje que justo la tiene muy ocupada. Y finalmente porque también me detuve en el piso dos donde están los de audiovisual, mientras una última se desahogaba de algunas cosas familiares. La verdad es que en este punto debería hacer extensiva la petición de perdón a toda la comunidad universitaria, especialmente a mis compañeros docentes (tan atentos a los detalles), por haber faltado a la reunión aquella que hicieron en Galipán donde se juntaron precisamente a discutir sobre el asunto del nuevo manual de ética, donde al parecer se hace puntual hincapié en las sanciones hacia docentes envueltos en relaciones sentimentales con estudiantes o comprometidos en incidentes relacionados con drogas. Por cierto que debería aprovechar también para disculparme con nuestra antigua rectora, a la que no le supe contestar cuando me agarró con la guardia abajo aquel sábado, durante una plenaria sobre el dichoso manual, preguntándome con una sonrisa retadora si tú habías sido mi estudiante. Lo siento no supe que decir en ese momento. Confieso que sufrí un pequeño ataque de pánico. De verdad lo lamento. Y ahora que lo pienso es necesario excusarme de nuevo, porque las estudiantes que ahora dan clase fueron realmente dos y no una como te dije antes. Y es que estando parado en la entrada llegó otra montada en bicicleta, a interrogarme acerca de los contenidos del primer nivel de nuestra unidad curricular, al tiempo que me aseguraba incluso que tú le habías prometido un material escrito. Todo un ardid, como si yo no me diera cuenta. Igual te pido perdón. Ahora, no es que quiera justificarme, es sólo que también recuerdo un par de conversaciones que ingenuamente califiqué en su momento de inocentes, pero de las cuales asumo toda responsabilidad. Una justo antes de entrar al salón y otra que, en apariencia, fue la versión extendida de una explicación sobre un ejercicio al final de la clase. Y bueno como ya te dije no voy a justificarme, pero como para que quede constancia tengo que explicar de alguna manera,  cómo es posible que a esta hora de la tarde casi noche, se me haya ocurrido sostener una bendita botella sudada de agua fría, sobre todo cuando aun me quedaban restos del jabón de fregar en las manos. Te lo juro que se resbaló, así no más. Estalló en pedazos muy pequeños. El vidrio transparente se confundía con el agua. Hice lo que pude para recogerlo. También hice mi mejor esfuerzo para secar el piso. Pero aun así, voy a pedirte que por favor no entres a la cocina descalza. Podrías cortarte o enterrarte alguna pequeña astilla que no haya podido recoger. Y además acabo de recordar que tampoco he podido reponer el alcohol y las gasas. No he vuelto a comprar la solución cicatrizante. Por eso y todo lo demás, te pido que me perdones.
Rafael Nieves

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