miércoles, 15 de noviembre de 2017

HACIA UNA DANZA PROPIA 2/10


La danza como problema 

Cuerpo de saberes múltiples. La depredación en torno a lo corporal. La técnica como espacio de poder. 

Pensar en el cuerpo y sus capacidades para expresarse como un campo para la reflexión, nos lleva a intentar vernos desde afuera, planteando quizás la primera de nuestras contradicciones que consiste en preguntarnos si podemos ser algo más de lo que somos. Distanciarnos de nosotros como seres y enfilar la artillería del entendimiento hacia nosotros mismos. Al menos esta es la forma que creemos suele tomar la relación sujeto/objeto en el contexto de una investigación. Pero qué hacer cuando esta relación no puede ser otra más que de unidad, imposibilitando la capacidad de nuestro entendimiento para sentirse algo diferente. Qué nos impide, por ejemplo, hablar de nosotros mismos con propiedad y compartir con otros un esquema de lo que ha sido el desarrollo de una vida plena de saberes. Y es que cuando hablamos de la danza, hablamos del cuerpo y eso es lo que somos.

Si nos permitimos evaluar la relación de nuestro cuerpo y sus distintos entornos, comienzan a aparecer una infinidad de temas para la reflexión y la construcción. Los cuales se manifiestan a través de la experiencia y van dejando un rastro en nuestra capacidad para expresarnos.

Pensemos por ejemplo el efecto que tiene sobre la corporalidad de los individuos, su relación con los distintos agentes que pretenden constantemente determinar conceptos sobre lo físico. Nos encontramos inmersos en un universo repleto de pretendientes del cuerpo. Formas sutiles o manifiestas, que responden a una infinidad de visiones muy variadas de lo que debería ser nuestra relación con lo corporal. Cómo nos movemos, el nivel de atención que prestamos al desarrollo de nuestras capacidades físicas o a lo estético, la relación con nuestras sensaciones, son algunas de las formas en que nos ocupamos de estas relaciones. 

Nótese que no hablamos únicamente de las experiencias traumáticas que limitan nuestra movilidad. En el cuerpo todo es experiencias y la danza trata sobre ellas. La depredación sobre lo corporal actúa indistintamente en lo emocional, en lo intelectual o en lo físico, si es que de alguna manera pudiésemos hacer esas distinciones. Es por eso que se hace necesario, un enfoque global en el estudio de las cualidades expresivas del cuerpo. La danza requiere, si se piensa de este modo, que los danzantes o creadores corporales se transformen a través de la experiencia en unos especialistas de lo que nos es común a todos: la movilidad y la expresión del ser. Esto no exime los procesos de formación en danza de tal depredación, sino que al contrario, suman al profesor de danza a una larga lista de pretendientes del cuerpo. Que muchas veces, aunque ayudan al individuo a espantar los mitos y fantasmas que pululan en torno a lo corporal, inician al bailarín en su propia mitología. En las etapas iniciales, al igual que en nuestra infancia, se formulan las primeras imaginerías en las que depositamos nuestra fe los danzantes y nos incorporamos a una compleja cadena de manipuladores del cuerpo, que la mayoría de las veces responde a las verdades del otro. 

La danza es casi siempre un camino de iniciados. Estudiar el tránsito que nos acerca a la profesionalización en la danza, nos permite establecer una relación entre dos formas de conocimiento que comienzan un largo forcejeo en nosotros: los conocimientos obtenidos del estudio de la danza y los saberes que provienen de nuestras otras formas de aprendizaje e intercambio. Hábitos de vida, crianza, formas sociales de celebrar lo corporal y los diversos usos que le damos a nuestra movilidad antes, durante y después del ejercicio de la danza. Reconocer en estos espacios posibilidades expresivas, es dar un paso adelante en el entendimiento de lo que somos sin excluirnos a nosotros mismos. Aunque estas relaciones amplían nuestros saberes corporales, seguimos en una construcción que inició desde nuestro nacimiento.

Estas contradicciones en nosotros, son las que permiten desarrollar unas capacidades individuales, que le dan sentido a la danza como posibilidad en medio de la diversidad de los cuerpos. Ahora las preguntas que deberíamos hacernos son ¿Por qué nos esforzamos tanto en escapar de nosotros? ¿Es realmente la danza la causa de nuestro distanciamiento con otras funcionalidades del cuerpo? ¿Qué hay de los saberes familiares y cotidianos que forman parte de la construcción que somos? Si hay algo que nos distinga como danzantes de los otros, es nuestra capacidad para reflexionar constantemente sobre nuestra relación con lo corporal a través del hacer. Pero el entendimiento de estos cuestionamientos generalmente, delata una distancia sustancial entre la reflexión y el hacer. 

La Danza Contemporánea por ejemplo se plantea constantemente la cuestión de la relación con lo tradicional, debatiéndose entre establecer conexiones o cortar los puentes con los espacios entendidos como tradicionales. En algunos casos la creación contemporánea parecería tener como premisa el distanciamiento del creador y la obra, de lo que representa un nexo con lo que podríamos considerar como propio, y ha elegido caminos más intrincados para la expresión del individuo sobre sí mismo. Por lo que queda en algunos casos la impresión, de que la presencia de lo tradicional, lo popular e incluso lo cotidiano espanta a los creadores contemporáneos. En otros casos, tratando de encontrar asideros para la creación se da una relación con estas formas que muchas veces al negar la expresión de otras posibilidades de cuerpo, hacen que esta relación se quede en lo formal, sin incidir verdaderamente en el cuerpo como espacio de construcción de identidades. Más allá de la copia de patrones. La relación con lo popular, lo tradicional o lo cotidiano en estos casos, pareciera obedecer más bien a una moda o tendencia del momento.

Pensar el cuerpo como un espacio propicio para la construcción de valores, nos ubica también en el plano de lo discursivo, lo cual debería asumirse como posibilidad desde el inicio de la relación del individuo con la danza, porque le permitiría establecer desde dónde construye esta posibilidad, sin excluir sus identidades como individuo, ciudadano y ser humano.

Visto de este modo, el acto de creación desde el cuerpo, nos constituye como centro y eje de dicha creación, donde lo local y lo universal conviven a plenitud a partir de lo que somos y construimos, dándonos la posibilidad directa de influir en la danza como expresión, dándole sentido y profundidad a nuestro hacer.

Llegado a este punto, es necesario hablar de algunas incongruencias presentadas por las técnicas formal/tradicionales para propiciar un desarrollo coherente de la danza más allá de la repetición de patrones. Nos referimos como un ejemplo, a cuando el cuerpo del iniciado en la danza, se topa con una forma única de entender lo corporal que niega otras posibilidades o una metodología que excluye al individuo de sí a través de un enfoque netamente basado en las destrezas técnicas. En su mayoría el disfrute de lo propio y las cualidades individuales quedan supeditadas a las capacidades de exhibición virtuosa que cabe acotar, salvo contadas excepciones, no es muy frecuente y limita con firmeza la capacidad creadora del intérprete. Por otro lado, representan un espacio con un entramado particularmente organizado que, si se quiere, desde un enfoque más tradicional de la enseñanza, facilita los procedimientos para su aprendizaje, que en la mayoría de los casos consiste en la copia y reproducción de patrones corporales y todas las dificultades que ello entraña. Dejando muy escaso valor a la exploración y búsqueda de alternativas para la renovación de los discursos.

De este modelo es del que se sirven generalmente los espacios académico/administrativos, debido a que permiten que los procedimientos sean más apegados a la formalidad. También, porque constituyen en la danza la representación más cercana a una forma de ejercer el poder sobre lo corporal. La premisa casi siempre es que hace falta enseñar a moverse al otro. Poner orden en el cuerpo de los individuos. Refuerzan una visión jerárquica en el tratamiento de lo corporal. Por otro lado, esta visión dificulta la construcción de alternativas formativas que ayuden a superar las dificultades en el plano de la creación y las incapacidades expresivas que imponen las destrezas técnicas. La técnica en su generalidad pasa a ser un instrumento para el ejercicio del poder sobre el otro.


Rafael Nieves
HACIA UNA DANZA PROPIA
Reflexiones en torno a la danza y los saberes marginales

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