domingo, 19 de noviembre de 2017

HACIA UNA DANZA PROPIA 6/10


Las sutilezas de lo propio

Habitar el margen como construcción. El valor de lo común. 

Una reflexión acerca de la danza vista desde sí, no puede dejar pasar el momento para exponer los hallazgos de los procesos personales o colectivos en el marco referencial en que se le estudia. En el caso particular de la Danza Contemporánea como forma de expresión y el cuerpo del intérprete como vehículo, este enfoque puede ser sumamente diverso y su presentación dilatada debido a la cercanía de estas experiencias y a la intensidad vivida. Lo importante es reconocer y atesorar, el valor de lo encontrado, aún a sabiendas que nuestras subjetividades nos velarán detalles que un tercero podrá poner en evidencia. Más sabiendo que podemos expresarnos al respecto con la propiedad de la experiencia vivida, y dejando además por sentado una visión o enfoque acerca de cómo nos gustaría ser percibidos por el otro.

Un aspecto interesante de esta perspectiva de análisis es por ejemplo, la posibilidad explícita que expresan algunos individuos de habitar el margen o la periferia como construcción. Con esto, nos referimos a un hecho que parte del reconocimiento de sí y se entiende como posibilidad, digamos como opción. No como recurso para que otro construya. Implica, cierto entendimiento de los diferentes factores que operan en la formación, creación y difusión de la Danza Contemporánea y entregarse a una ruta de creación de sí mismo a partir de otro espacio tanto físico, como simbólico diferente al centro. O simplemente reconocer la complejidad de cada realidad y asumirla como punto de partida para la creación. Desde una perspectiva formal/tradicional esto representa un alejamiento de la vía de los logros, el riesgo a perder oportunidades y no alcanzar el tan codiciado éxito. Desde el margen se dificulta más el acceso al intercambio constante con el centro legitimador, que se auto faculta la posibilidad de evaluar y administrar.

Es obvio que esta perspectiva privilegia una concentración de criterios en algunos pocos y tiende a desestimar lo que no reconoce. Si en cambio se mira desde un enfoque pluralista, donde no es ya uno solo el centro y se desconcentra la atención de acuerdo a las necesidades, el margen comienza a ganar un valor que supera las posibilidades cada vez más constreñidas de un centro abigarrado por estructuras necesarias para formalizar los procesos. Entonces así, se hace más beneficioso para los procesos creativos habitar las vías alternas, desde las cuales es más amable la relación con el hacer. Para esto son necesarias una cantidad de condiciones, pero estas no son unívocas, sino que se ajustan a las capacidades y a las necesidades de los creadores y su entorno. Reconocerse como parte de este espacio marginal o periférico, contribuye al fortalecimiento mutuo entre el creador y su entorno, tornando algo que es traumático para algunos, en una vivencia liberadora para otros. No podemos pasar por alto el hecho de que el trabajo de desconcentración se dificulta por la centralización de los recursos, pero muchas veces los entornos creativos diversos generan obras diversas y el desarrollo de las capacidades se ven potenciadas por la necesidad. Se suplen creativamente las carencias materiales, generando una ganancia enorme en cuanto a saberes relacionados con los alcances del oficio.

Un punto aparte merece la valoración sobre lo que se tiene, en el ámbito de la creación. Nos referimos a lo que nos es común, lo cotidiano, incluso lo familiar. El reconocimiento de lo propio como una posibilidad para la creación encaja a perfección, en la superación de las carencias de las que hablábamos anteriormente. En el espacio que reconocemos como propio está la esencia de lo que somos, de cómo nos entendemos y sobretodo cómo nos relacionamos con nuestra realidad. Por ejemplo la extrapolación del concepto de superación socio-económico al campo de lo cultural o del hacer, incluyendo a los creadores en danza, puede llegar a vaciar de contenidos las formas inherentes a lo propio, como sacrificio por la aspiración a ser lo que no somos y construir en función de dichas aspiraciones. Partiendo de esto, podríamos definir la creación en danza, por ejemplo, como la valoración estética de lo común a través de la expresión del cuerpo como parte de un espacio vital de reconocimiento.

Y es que la mayor virtud de lo común visto desde la creación, es que nos hace parte de un todo y nos suma a lo colectivo como núcleo formador de identidades.

Un paso más adelante en la construcción sobre lo común desarrollado en la periferia, es hablar de cómo las iniciativas individuales se circunscriben en necesidades colectivas de expresión, legando la posibilidad de generar obras en común con otros entes creadores, identificados con nuestras búsquedas y enfilados en construcciones similares. Esto evidentemente, nos fortalece y potencia el alcance de nuestros discursos.

Cuando este reconocimiento entre iguales se manifiesta, la creación adquiere nuevas dimensiones, porque no sólo proyecta a una individualidad, sino que refleja una visión de mundo compartida. La manera en que estos procesos han ocurrido, permite pensar en ellos como una fuente de saber. Un espacio donde la convivencia es posible y se expresa a través de la voz de los creadores. Podemos permitirnos pensar que estos saberes concretados a través del hacer, se convierten en fuentes referenciales y ayudan a sostener valores específicos. Las formas que adquiere la relación entre creadores y espectadores, las formas de asociación que surgen para cubrir esta necesidad y la manera como se dan estos procesos, son susceptibles de ser analizadas y valoradas como construcciones de saber.

En estos procesos suelen desdibujarse los roles y por lo general todos los involucrados participan creativamente, ejerciendo su capacidad de asociación por encima de otro tipo de cualidades. Las circunstancias en que se produce la danza va unida íntimamente a las necesidades de los participantes y el intercambio de saberes fluye libremente desde las posibilidades que brinda el entorno. El concepto de intérprete está ligado generalmente a su condición de creador interdependiente de su entorno, que se permite vivir en la danza desde un ejercicio holístico del oficio. No está demás plantear que desde esta visión los roles de intérprete, creadores y gestores como categorías lucen totalmente arbitrarias, porque denotan condiciones de las que cualquier participante del proceso es capaz.

Rafael Nieves
HACIA UNA DANZA PROPIA
Reflexiones en torno a la danza y los saberes marginales

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